María Dolores Fernós
Profesora de Derecho
Ex Procuradora de las Mujeres
La violencia desatada contra las mujeres en los últimos días ha consternado al país. Y diversos sectores se cuestionan a que se debe y que podemos hacer. Pero, no hay misterios. Hay respuestas conocidas para ambas interrogantes. Las causas de violencia contra las mujeres se ha estudiado por organismos especializados dentro y fuera de las entidades de Naciones Unidas. Se conocen las razones que provocan esa violencia y las estrategias y medidas efectivas para erradicarla. Se necesitan cambios ideológicos y cambios materiales.
El machismo surge de la creencia de que los hombres como género son superiores a las mujeres. Tan sencillo como eso. Es una creencia que se ha adentrado en las culturas de muchas formas y maneras: la valorización de la fuerza física en momentos de amenazas a la mera supervivencia física, elucubraciones filosóficas ya descartadas, costumbres cotidianas, creencias religiosas de casi todos los credos y las leyes y los ordenamientos jurídicos que recogen y formalizan todas esas influencias.
Esa creencia, en esencia, desvaloriza a las mujeres como seres humanos y las coloca en una jerarquía menor que el varón, sobre todo en las relaciones de pareja. Un mero examen de los asesinatos de mujeres nos demuestra una verdad innegable: el momento más riesgoso para una mujer es precisamente cuando intenta terminar una relación de pareja con un hombre. Y el hombre no lo permite, no lo tolera. Si el hombre es inseguro, si no ha desarrollado controles sociales para enfrentar dificultades o contrariedades, si está inmerso en un mundo de acciones y conductas fuera de los márgenes establecidos para la convivencia social, o en la ilegalidad, o si están presentes otros factores, el peligro para esas mujeres aumenta exponencialmente.
El machismo lo aprenden los niños y las niñas desde que abren los ojos y perciben como está estructurado el mundo que les rodea. Lo aprendemos todas las personas, tanto los hombres como las mujeres. Pero hay formas de erradicar ese machismo, esa visión de desigualdad y desvalorización que es la base de la conducta violenta hacia las mujeres, sobre todo en la relación de pareja. Puede lograrse, por un lado, cambiando las ideologías de la sub valorización de las mujeres mediante procesos educativos formales e informales en los que tiene que comprometerse el Estado prioritariamente y todos los actores e instituciones de la sociedad. Nadie puede sentirse ajeno a este proceso de cambio ideológico: las familias, la comunidad, las sectas religiosas, los sindicatos, los medios de comunicación, las instituciones profesionales desde los industriales hasta los clubes recreativos.
Sin duda, la responsabilidad prioritaria y el liderato es del Estado. Esto es así porque le corresponde la mayor responsabilidad en nuestras sociedades para garantizar la seguridad de la ciudadanía. Por ello, en este momento es urgente que el Gobernador ordene la inmediata incorporación de un currículo que promueva la equidad de género en el sistema educativo, que promueva la igual dignidad y valor de hombres y mujeres desde las más tiernas infancias.
Pero, por otro lado, esa medida aunque imprescindible, sería insuficiente si no se unen en atajar esta violencia otros sectores que de formas diferentes promueven la violencia contra las mujeres mediante sus comentarios, sus actuaciones, bromas, anuncios, discursos y mensajes degradantes. Es urgente promover el cambio ideológico y la promoción de la igual esencia humana.
Además del cambio ideológico, urgen también cambios materiales que permitan que las mujeres mejores sus condiciones de vida, condiciones que las excluyen de los procesos de desarrollo personal, económico y político. Es demasiado alto de número de mujeres fuera de esas posibilidades, sobreviviendo en condiciones miserables de dependencia gubernamental o de sus parejas. Ambas las hacen vulnerables. Un solo factor, por ejemplo, la ausencia de servicios de cuido adecuado para sus hijos e hijas las ata irremediablemente a la marginalidad social, económica y, finalmente, política.
La violencia contra las mujeres es hija del discrimen, de la visión ignorante y ofensiva del valor desigual de hombres y mujeres. La desigualdad y el trato discriminatorio, tanto en las ideas prevalecientes como en las condiciones materiales, son el caldo de cultivo de la violencia. Pero hay solución. Eliminemos las desigualdades. No es posible esperar más tiempo. No es humano ignorar tanto dolor.