Por: María Dolores Fernós
En días recientes he escuchado y leído expresiones de personas preocupadas por la continua reducción del número de nacimientos en Puerto Rico y las consecuencias sociales de que haya más fallecimientos que nacimientos en el país. No es para menos. Sabemos que esa realidad, unida al incremento en la emigración, resulta en menos posibilidades de crecimiento y desarrollo para el país y menos aportación a las arcas del estado para ofrecer servicios a la ciudadanía.
El problema surge cuando se comienzan a barajar las soluciones, las estrategias y las políticas públicas para detener y hasta revertir este proceso. Algunos han planteado como deseable instaurar programas que incentiven a que las mujeres tengan más hijos o hijas.
Me parece crucial destacar en este momento que este problema no es extraño, ya que se ha visto en los países de mayor desarrollo donde se evidencian menores tasas de fecundidad. En muchos ya están por debajo del llamado reemplazo generacional, es decir, un hijo por mujer. En sentido contrario, vemos que, en los países con un pobre desarrollo social y económico, es decir, los países más pobres, se evidencian altas tasas de fecundidad.
Lo que es una verdad innegable hace ya un tiempo es que cuando las mujeres se educan limitan el número de hijos que tienen. Por lo tanto, es axioma innegable que la educación de las mujeres es el anticonceptivo más eficiente. A mayor educación menos el número de hijos.
Esto no debe sorprendernos. Cuando se entienden las realidades sociales y económicas en las que viven, así como las causas y las limitaciones que implican las responsabilidades en la crianza de los hijos e hijas, las mujeres toman medidas para su propia protección y la de sus familias. Hacen un acopio de su capacidad individual para atender las responsabilidades económicas que implica cada hijo que se tiene y conocen también las enormes limitaciones que ello implica para el desarrollo de su potencial personal y social como ser productivo.
Por ello, son ilusas, injustas y absurdas las medidas que desconozcan esta realidad. Toda medida dirigida a aumentar la tasa de fecundidad en nuestro país tiene que examinar con cuidado y sensibilidad humana las cargas que recaen sobre las mujeres con cada hijo que tiene, desde las económicas hasta las sociales, así como los efectos de esas cargas e imposiciones desproporcionadas sobre sus intereses y desarrollo personal.
Sin embargo, un análisis somero de las medidas incluidas en el plan fiscal certificado por la Junta de Control Fiscal refleja medidas contrarias a promover condiciones conducentes a tener más hijos: menos vacaciones anuales, menos días feriados, pocos días por enfermedad. ¿Qué hace una mujer trabajadora cuyo hijo se enferme? ¿Que hace en el verano cuando no hay clases? Podría ofrecer mil ejemplos.
Las mujeres somos 1,433 millones en el país. Sobre 400,000 trabajan, de acuerdo con las cifras oficiales, pero sobre 900,000 están fuera del “grupo trabajador”, según definido oficialmente, (aunque son las mujeres usualmente quienes atienden menores, envejecientes, así como a quienes tienen necesidades de atenciones continuas por serios problemas de salud. Pero eso no es trabajar para las métricas oficiales). ¿Con estas medidas propuestas, queremos convencer a esas 900,000 de que tengan más hijos? ¿O queremos convencer a las 475,000 que con grandes sacrificios integran ese “grupo trabajador”?
Meditemos sobre ello.